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Al otro lado

Al otro lado
"Al otro lado", de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-15352-66-2.
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Presentaciones:

Sábado, 27 de abril a las 12 h. en la Feria del libro de Granada, en el Centro de Exposiciones de CajaGRANADA Puerta Real. Me acompañará en la presentación el compañero de Granada Jesús Lens. Y a las 13 horas firma de ejemplares en la Caseta de Firmas.

Sábado, 20 de abril, de 11 a 13 h. y de 17 a 20 h. en la Feria del Libro de Fuente el saz de Jarama.

Sábado, 26 de enero a las 20 h. en el Museo Municipal de Alcázar de San Juan. Me acompañará en la presentación el compañero de Ciudad Real José Ramón Gómez Cabezas, autor de "Réquiem por la bailarina de una caja de música", de la Editorial Ledoria.

Martes, 23 de octubre a las 19.30 h. en la librería Estudio en Escarlata (Guzmán el Bueno 46, Madrid). Si no puedes acudir y queréis un ejemplar firmado, ponte en contacto con ellos y pídeselo (91 543 0534). Te lo enviarán por correo.

Miércoles, 24 de octubre a las 18 h. en Getafe Negro (Carpa de la Feria del Libro). A las 20 h. participaré en una mesa redonda con otros compañeros de la Editorial Ledoria titulada "En los arrabales de la Novela Negra.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Menos mal que era un sueño


Como todos los días, desperté en mi cama sin saber dónde estaba. Tuvieron que transcurrir cinco minutos hasta que me despabilé un poco y me centré. Había tenido sueños recurrentes y rutinarios, la noche había sido de pesadilla, como todo en mi vida. Así que me hice un café, encendí un cigarrillo y tomé una determinación. Me dirigí a la ventana y sin pensarlo dos veces salté. Mientras iba cayendo observé las escenas cotidianas protagonizadas por mis vecinos; eran agradables. En mi corazón renacía la esperanza, ya no quería morir, pero ya no había remedio.
Afortunadamente volvía a equivocarme, como todos los días, desperté en mi cama sin saber dónde estaba.

domingo, 28 de octubre de 2007

Ciclo vital


Ensenada de Bolonia: Mercedes y Aurora

-No puedo más, Aurora, no sé cuál será el límite de mi capacidad de aguante, pero te aseguro que ando muy cerca -dijo Mercedes mientras exhalaba con violencia el humo de su enésimo cigarrillo aquella tarde.
-Cálmate, mi amor -contestó Aurora con ternura, procurando apaciguar a su más preciada amiga y compañera de fatigas. Había transcurrido mucho, mucho tiempo. Tanto, que los rasgos típicos de la vejez habían empezado a aparecer en Mercedes, aunque levemente. Aurora no pudo evitar sentir una punzada de deseo contemplando tan de cerca a su antigua amante, lo que, dadas las circunstancias, provocó en ella un rápido arrepentimiento. Mercedes había viajado hasta allí porque la necesitaba, pero no en ese sentido. -Me estás asustando y mucho. No has querido decirme nada por teléfono, así que no sé lo que te pasa, pero te aseguro que todo tiene solución.
-Aurora, antes de nada quiero agradecerte que me hayas atendido tan amablemente. Ayer cuando hablé contigo, te faltó tiempo para decirme que viniera a pasar el fin de semana.
-Mercedes, cariño, ahórrate los agradecimientos y demás cosas innecesarias que entre amigas sobran. Has sido una de las personas que más huella ha dejado en mí, por no decir la que más. Y si tienes algún problema y yo puedo ayudarte, aquí me tendrás siempre.
-Eres un encanto -dijo Mercedes con cariño, casi con devoción-, ¿te lo había dicho alguna vez?
-Sí, pero de eso hace ya mucho tiempo, quizá demasiado -contestó Aurora mirando con melancolía en dirección a la playa.
-En serio, Aurora, quiero agradecerte en voz alta y aquí en este lugar, por lo que ha significado para nosotras, que estés aquí conmigo atendiéndome y escuchándome, sin pedir nada a cambio. Y quiero que sepas que para mí es un verdadero placer volver a estar contigo.
Mercedes y Aurora se habían conocido hacía más de treinta años en la Universidad Complutense de Madrid. Sus vidas se habían cruzado por primera vez casualmente en un aula de la Facultad de Geografía e Historia. Sin saber muy bien por qué, desde el primer día en que se habían sentado juntas en el pupitre, había surgido entre ellas una corriente de empatía que en poco tiempo se transformó en un amor profundo, un amor que vivieron con pasión durante más de diez años. Aurora sabía desde que era bien joven que lo que a ella le gustaba no eran los hombres, como al resto de sus amigas. Sin embargo, a Mercedes le había cogido totalmente por sorpresa. De hecho, hasta ese momento sólo había salido con chicos. El caso es que las dos mujeres habían vivido juntas la etapa más apasionante de sus vidas.
Habían terminado la carrera juntas, habían opositado y accedido a la función pública juntas, y juntas habían ido descubriendo las luces y las sombras de la vida. Un buen día, Mercedes había conocido a Fernando, un compañero del ministerio en el que trabajaba. Y, pasados tres años, descubrió que estaba locamente enamorada de él, no había podido evitarlo. Al poco tiempo se enteró de que Fernando la correspondía en silencio, así que una tarde, al volver del trabajo, se sentó con Aurora y procuró explicarle lo que le estaba pasando con toda la delicadeza que fue capaz de reunir. Aurora no se enfadó, jamás había podido enfadarse con Mercedes, pero procuró sacarle de la cabeza a Fernando. Demasiado tarde para eso; Aurora supo en ese mismo instante que acababa de perder a su amada para siempre. Al día siguiente, en el trabajo, pidió una plaza vacante que había surgido en la Subdelegación de Gobierno del Campo de Gibraltar, en Algeciras, y tuvo suerte. A las dos semanas pudo incorporarse, dejando atrás a Madrid y a Mercedes. Aurora se instaló en la Ensenada de Bolonia, en su casa natal. Allí había vivido con sus padres hasta que los dos murieron, casi al mismo tiempo. De esto hacía casi ya tres años.
-Aurora, si he recurrido a ti es porque no tengo a nadie más -continuó Mercedes-. Como sabes, Fernando y yo hemos estado siempre muy unidos. Como consecuencia de esto, en su día dejamos un poco de lado a nuestros amigos. Actualmente, tengo a gente conocida, sí, pero con nadie disfruto de la intimidad que da una amistad sincera y verdadera. Me estoy tragando esto yo sola y, la verdad, ya no puedo más.
Las dos mujeres no habían vuelto a verse desde que Aurora abandonó Madrid para cambiar de vida. Las dos lo habían querido así: verse habría sido demasiado doloroso. Pero nunca habían perdido el contacto, aunque su relación desde entonces se había limitado a dos llamadas telefónicas en sus respectivos cumpleaños y al envío de felicitaciones por Navidad.
-Mercedes, o disparas de una vez o me va a dar un ataque de nervios -dijo Aurora verdaderamente alterada.
Mercedes se había casado con Fernando y habían tenido un niño, Miguel. La vida les había tratado bien hasta que cuatro años atrás Fernando había muerto de cáncer. Ahora Mercedes vivía con Miguel en Madrid, en la misma casa de siempre, ya que él todavía no se había emancipado. Pero había alguien más viviendo con ellos y ése había sido el verdadero motivo del viaje de Mercedes a Bolonia, buscar refugio en su queridísima amiga y antigua amante, buscar cobijo en la tierra natal de Aurora, en esa herradura mágica que era la Ensenada de Bolonia y que tantas veces les había servido como lugar de descanso estival.
-Es Miguel, Aurora, es mi Miguel, no puedo seguir viendo cómo sufre día tras día viendo que lo suyo no tiene solución alguna -ahora Mercedes lloraba amargamente con la fuerza del llanto contenido durante tanto tiempo. A Aurora, la explosión de dramatismo la sorprendió totalmente desprevenida. Y rápidamente extrajo un pañuelo del bolso y se levantó para sentarse más cerca de Mercedes y consolarla. Estaban solas en la terraza del "Bellavista" tomando un café, y eso les permitió unos momentos de intimidad.
-Calma, mi niña, venga mi amor, no llores, tranquilízate, que aquí está tu Aurora para ayudarte. -Aurora separó la cabeza de Mercedes de su propio hombro con exquisita delicadeza y ahora le secaba las lágrimas que caían por sus mejillas con dulzura. En ese momento observó más de cerca su semblante, que sufría, y a pesar de todo, pensó que era el rostro más bonito que había visto nunca. La besó tiernamente y luchó con determinación contra sus fantasmas personales que le estaban pidiendo a voces devorarla.
-Lo siento, Aurora -dijo Mercedes ya más calmada mientras apuraba el segundo café de la tarde.
-No tienes que pedir disculpas, mi niña, necesitabas desahogarte y lo has hecho. -Aurora se levantó de la mesa e hizo un gesto a través de la ventana a Carmelo. Le conocía de toda la vida y tenía con él una complicidad fuera de lo común. Tras haber trabajado como camionero una temporada, hacía muchos años, había vuelto a Bolonia y hacía ya más de cuarenta años desde que había montado el restaurante y el hostal. Tanto él como su mujer y sus hijas eran muy queridos en la comarca. Y con una mirada de Aurora, Carmelo supo que tenía que intervenir de inmediato. Así que salió a la terraza y se dirigió a las dos mujeres.
-Bueno -dijo-, ¿ya han tomado el café? -Carmelo era muy tímido- Pues escúchenme:
Dicen por este lugar encantadoque el sol no ha vuelto a centellear igualporque dos mujeres guapas se separarony hoy yo me las he vuelto a encontrar.Con razón el astro reyhoy se va a esconder más tardeno se va a querer perdera dos preciosas mujerespor cuyas bellezas arde.
Inmediatamente después de pronunciar la poesía o chascarrillo, como a Aurora le gustaba denominar a los poemas improvisados de Carmelo, éste empezó a reír convulsivamente tapándose la cara con la mano, tratando de esconder su timidez aumentada por el aplauso de las dos mujeres. Cuando los tres se sosegaron, Aurora guiñó casi imperceptiblemente el ojo a Carmelo en señal de agradecimiento, porque era la primera vez en toda la tarde que había visto sonreír a Mercedes.
-Carmelo, ¿te acuerdas de lo que solíamos tomar aquellas tardes de verano hace ya más de veinte años?
-Claro que sí, Aurora, ahora mismo os traigo dos.
-Aurora, yo ya no bebo -dijo Mercedes mientras Carmelo ya se había encaminado hacia la barra.
-Hoy sí, querida, hoy sí -contestó Aurora.
Cuando Mercedes terminó de referir a Aurora la historia que desde hacía tiempo tenía emponzoñada toda su alma, habían transcurrido cuatro horas entre güisquis y un paquete de cigarrillos.
Después de despedirse de Carmelo, las dos mujeres enfilaron el camino que llevaba hasta la casa de Aurora. La anfitriona arropó con mimo a Mercedes, que experimentó la misma punzada de deseo que antes había percibido Aurora. Ocurrió al sentir en su rostro las cosquillas que le produjeron los cabellos de la larga melena rubia de su querida amiga, que no pudo evitar besarla tiernamente en los labios. Al despegarse de ella, Aurora contempló fijamente los ojos verdes de Mercedes y ese rostro envuelto por la cabellera negra que tanto había amado tiempo atrás.
-Escúchame, querida -susurró Aurora-, quiero que descanses. Mañana nos vamos a ir a Algeciras, me voy contigo a Madrid.


Madrid: Miguel y Nadya (la llamada por Dios)


En cuanto Nadya cerró la puerta de casa tras de sí para bajar a por el pan, Miguel vio la oportunidad. Se dirigió al armario ropero de su madre, ausente porque había viajado a visitar a una antigua amiga, y cuchillo en mano extrajo una bolsa de entre unos pantalones. Rápidamente la abrió y extrajo una barra de lomo, de la que cortó una generosa lámina que se introdujo con ansiedad en la boca. A la carrera, se dirigió a la cocina y cortó un pedazo del pan que había sobrado del día anterior y cogió una cerveza del frigorífico. Aún con el regusto del lomo en la boca, volvió a la habitación y cortó un grueso taco de jamón serrano. Lo masticó rápidamente y echó un largo trago de cerveza que le ayudó a tragar la mezcla de pan y jamón que le quedaba en la boca. Cuando hubo terminado, recogió todo y puso cuidadosamente cada cosa en su sitio. A continuación se dirigió al servicio y se lavó los dientes y después se los enjuagó con elixir de menta.
Una vez más, había cumplido con el ritual que se había convertido en un conjunto de movimientos mecánicos. A renglón seguido, volvió a acomodarse en el sofá para continuar leyendo la novela, situándose casi en la misma posición que estaba cuando Nadya había abandonado la vivienda.
Miguel era un ávido lector de narrativa, aunque hoy paseaba sus ojos por las líneas del libro sin asimilar nada. Al final dejó descansar el grueso tomo sobre sus piernas y mirando hacia el techo empezó a reflexionar. Pensó en cómo había conocido a Nadya y en cómo se habían enamorado como dos adolescentes. Llevaban tres años saliendo juntos, aunque esto era una verdad a medias. La verdad es que se habían conocido en la Facultad, en el último año de carrera de Miguel. Nadya estaba estudiando en Madrid con una beca Erasmus. Ella había nacido en Lyon, aunque sus padres eran argelinos que habían emigrado a Francia en busca de una vida mejor.
El comienzo de la relación entre Nadya y Miguel nació de un flechazo, así que empezaron a salir y comenzaron a hacer planes de futuro. No había transcurrido ni un mes, cuando los dos jóvenes ya estaban viviendo en casa de Mercedes, la madre de Miguel, que estaba encantada con Nadya. La joven llevó un viento de brisa fresca a un hogar que acababa de perder al padre de Miguel, Fernando.
El drama comenzó a sobrevenir dos meses más tarde, cuando Nadya comunicó a sus padres su situación. Ellos no la entendieron en absoluto, sobre todo porque los dos hermanos mayores de Nadya se habían casado en Francia con dos mujeres musulmanas, como mandaba la tradición. Y hacía ya dos años que Leylah, la hermana menor de Nadya, había contraído matrimonio con un vecino de sus padres, que también era musulmán, naturalmente. Sus padres habían advertido a Nadya de que no se hiciera ilusiones, porque lo que se proponía era imposible. Tanto fue lo que la presionaron, que a los dos años Nadya volvió a Lyon para vivir con su familia y permaneció allí durante un año, pero el tiempo que pasó con ellos fue un infierno. Vivió prácticamente encerrada en su habitación y era repudiada a diario por sus padres y por sus hermanos, que jamás entenderían la humillación a la que Nadya les había sometido.
Cuando no pudo aguantar más, llamó por teléfono a Miguel, que se presentó en Lyon sin dudarlo ni un instante. Permaneció allí varios días, durante los cuales Nadya fue sacando de su habitación a escondidas las cosas más importantes. Después regresaron a Madrid y volvieron a vivir juntos. Bien es cierto que había mucho amor entre los dos y mucho cariño entre Mercedes y Nadya, pero la convivencia no era todo lo llevadera que los tres habrían querido: siempre chocaban contra la inmensa grieta cultural entre cristianos y musulmanes. De momento, el amor y el cariño habían podido más, aunque siempre eran Mercedes y Miguel quienes acababan cediendo.
Miguel aún reflexionaba cuando Nadya abrió la puerta después de comprar el pan. Sólo deseaba que ella no notara que había estado comiendo otra vez lomo y jamón, para eso se había esmerado con el aseo de sus dientes. Más de una vez Nadya le había pillado in fraganti, tras lo cual había estado semanas sin besarle. En esas ocasiones, la dulce mujer que era se transformaba en otra cosa que no era ella. "Me das asco", le había dicho en cada ocasión recordándole la prohibición musulmana de comer cerdo.
-Hola, amor mío -dijo Nadya-, ya estoy aquí.
-Hola, cariño-contestó Miguel-. Vaya, te has empapado.
-Sí, de repente ha empezado a llover y me ha cogido sin paraguas -contestó Nadya a la vez que besaba a Miguel-. ¡Vaya, es que no me lo puedo creer! -Nadya acababa de poner el tono de voz que precedía a sus frecuentes cambios de personalidad cuando había algo que no le encajaba.
-¿Qué ocurre, Nadya? -preguntó Miguel.
-¡Has vuelto a beber cerveza! -gritó con ira en sus ojos. Nadya portaba en su mirada la censura absoluta hacia Miguel, a quien escrutaba severamente como si hubiera cometido el pecado más terrible.
-¡Nadya! -replicó Miguel que, aun a pesar de haber tratado de esconder su "falta", se sentía incómodo con la situación y siempre intentaba razonar con ella- Lo hemos hablado mil veces. ¿Por qué siempre pareces entender y luego a la primera ocasión vuelves con lo mismo?
-¡Porque es pecado comer cerdo y beber alcohol! ¡Y además es asqueroso! ¿Es que no lo sabes? ¿Cómo voy a hacer que lo entiendas?
Miguel bajó la mirada y pensó que era mejor callar. Al fin y al cabo, ella no iba a entender sus razonamientos y si intentaba defenderse sólo conseguiría que ella se violentara aún más. "Sí, es lo mejor", pensó. Lo más prudente era dejar que se calmara y que se le pasara poco a poco.
Además, el tiempo también jugaba a su favor, ahora mismo estaba demasiado herido, así que recuperó su novela, pero cuando se dirigía a su habitación sonó el teléfono.
-Sí, dígame.
-¿Miguel? Soy mamá.
-¡Mamá! ¿Dónde estás? ¿Qué tal todo?
-Estoy en el tren, cariño. Aurora, la amiga a la que he venido a visitar, está conmigo. Va a quedarse con nosotros una semana.-¡Vaya! ¡Eso es estupendo! Pero, dime, ¿a qué hora llegáis?
-Llegamos a la estación de Atocha a las dos de la tarde.
-Vale, mamá. Estaré esperándoos en el andén.
-No hace falta que vayas, Miguel, cariño. Escucha, voy a comer con Aurora por el centro y después vamos a hacer unas compras. Estaremos en casa sobre las ocho. Oye, ¿va todo bien?
-Sí, mamá -mintió-. Bueno, pues entonces os esperamos en casa a las ocho. Estoy deseando conocer a Aurora.-Muy bien, cariño. Un beso.
-Un beso, mamá. Hasta luego.
-Hasta luego, cariño.
Miguel colgó el teléfono, cogió su novela y sin despedirse de Nadya salió a la calle. Necesitaba que le diera el aire y calmarse. Sabía que le esperaba un día de silencio y de desasosiego.


Madrid: Mercedes, Aurora, Miguel y Nadya


Hacía mucho tiempo que Mercedes y Aurora no disfrutaban tanto. A las seis de la mañana, antes de abrir el bar, Carmelo las había llevado en coche hasta el cruce de Bolonia, en donde tomaron el autobús para Algeciras. Habían sacado los billetes para el TALGO de las 8.40 y se dieron una vuelta por la Plaza Alta. Después de tomar un café en la calle Ancha, volvieron a la estación y tomaron el tren. Durante las cinco horas que duró el trayecto no pararon de hablar de sus cosas. Ahora, después de haber comido en Lhardy, estaban tomando un café en la Plaza de Santa Ana y volvieron a retomar el tema de conversación que había posibilitado volver a estar juntas.
-Y ella ¿no lo comprende? -preguntó Aurora.
-Claro que lo comprende -contestó Mercedes-. Nadya es una persona hermosa, por dentro y por fuera, ya la verás. Pero es que además es inteligentísima. Es licenciada en Administración y Gestión de Empresas y además tiene varios "masters". Habla cinco idiomas, Aurora. Yo hablo con ella muchísimo y es muy razonable, incluso tocamos sutilmente temas de actualidad que atañen a la comunidad musulmana internacional.
-¿Entonces? -preguntó Aurora.
-Lo que ocurre es que puedes hablar con ella de cualquier cosa, pero en frío. En el momento que menos te lo esperas, afloran sus prejuicios y cambia de personalidad, ya no es ella.
-Y cuando se calma, ¿no se arrepiente?
-No se arrepiente en absoluto, Aurora. Y yo veo que siempre es Miguel el que pide perdón por hacer cosas que son a todas luces normales. Él ahora está muy enamorado y lo hace, pero ¿qué sucederá cuando vayan pasando los años? Pues yo creo que se cansará de disculparse. ¿Y qué ocurrirá cuando tengan hijos? ¿Qué educación van a darles? Porque desde luego, Miguel no está dispuesto a convertirse al Islam y ella no va a hacerse cristiana o laica, en eso no cede ninguno de los dos.
-Pues sí que está complicada la cosa. Oye, Mercedes, y sus padres ¿qué dicen?
-No tengo ni idea, pero te lo puedes imaginar. Ya te conté en el tren lo que pasó cuando ella regresó a Lyon. En ese sentido ella es muy reservada, no dice absolutamente nada. Pero parece ser que su familia rompió con ella. A veces tengo miedo, Aurora, miedo de que puedan venir para llevársela a la fuerza, aunque ellos no saben quiénes somos ni dónde vivimos. Yo no dudo que sean buenas personas, han tenido que ser buenos padres. Llegaron a Francia sin nada y todos los hijos tienen carrera. Pero esos prejuicios raciales y religiosos...
-Y, ¿qué dice Miguel? -preguntó Aurora mientras encendía un cigarrillo, besaba la boquilla y se lo daba a Mercedes.
-Miguel está enamorado, Aurora -dijo Mercedes mientras exhalaba el humo del cigarrillo-. Estoy preocupadísima, porque, por si fuera poco, a Miguel le ha salido un importante trabajo en Sevilla y la semana que viene se van a vivir allí. Ya hace un mes que tienen el piso montado.
-¡Pobre Mercedes! Lo que debes estar pasando. Oye, ¿y ella? ¿Tiene trabajo?
-Eso no me preocupa en absoluto, Aurora. Sé que ella encontrará trabajo cuando quiera y donde quiera. Lo que me preocupa es la relación entre los dos.
Pagaron los cafés y fueron dando un paseo hasta la casa de Mercedes. El tiempo había pasado volando para las dos antiguas amigas. Aurora estaba emocionada por haber vuelto a caminar por las calles de Madrid. Y Mercedes, aunque apesadumbrada, se sentía más tranquila en compañía de Aurora.
Al llegar, Mercedes hizo las presentaciones, y después de que las dos amigas deshicieran las maletas y se pusieran cómodas, cenaron los cuatro juntos. Nadya había preparado un cordero asado que estaba riquísimo y Aurora conversó con ella animadamente. Había esperado que llevara velo o algo que la identificara como musulmana, pero nada de esto había ocurrido. Nadya, de piel clara, parecía una española más, moderna y muy abierta y culta. Con lo cual, no podía entender que se produjeran situaciones como las que le había referido Mercedes.
Por su parte, Miguel era un chico estupendo. Se parecía físicamente a Mercedes, lo cual le hizo gracia. Y vio a la joven pareja muy enamorada y muy compenetrada. Pensó que quizá su amiga había exagerado, porque no encontró ningún motivo para desconfiar de Nadya, ni esa noche, ni durante la semana que permaneció acompañando a Mercedes, tras la cual volvió a Bolonia y a su vida.


Ensenada de Bolonia: Mercedes y Aurora. Ocho años después


El día era estupendo, de esos en que la suave brisa cambia de poniente a levante y viceversa. Habían pasado cinco años desde que Mercedes había pedido la jubilación anticipada y se había ido a vivir con Aurora a Bolonia. Y no hacía ni un mes que se habían casado. Desde que habían viajado a Madrid, habían vuelto a retomar la relación. Y ahora vivían tranquilas en casa de Aurora. Esperaban hacerlo lo que les restara de vida. Estaban tumbadas en unas hamacas en la playa, tranquilas, leyendo y fumando un cigarrillo. Mercedes levantaba la vista de vez en cuando para no perder de vista al niño, que jugaba indiferente en la arena.
-¡Abuela! ¿Verdad que luego me vas a comprar un helado?
-Sí, cariño, la abuela te comprará un helado.
Cuando el niño obtuvo la confirmación volvió a sus quehaceres en la arena.
-¡Qué guapo es! -dijo Aurora mirando al niño con ternura- Se parece a ti.
-Sí que es guapo, Aurora. Aunque es una pena que tenga que crecer con la ausencia de su madre. Nunca se lo perdonaré, ¿sabes? Nunca se lo perdonaré.
Mercedes se refería al hecho que marcó la ruptura definitiva de Miguel con Nadya. Ambos se habían establecido definitivamente en Sevilla y se habían casado. Miguel había cedido y lo habían hecho por el rito musulmán. Al fin y al cabo, él la amaba, y celebrar la ceremonia como ella deseaba no le había parecido un detalle importante. Además hacía años que Miguel no iba a la iglesia, se consideraba un católico "no practicante". Habían tenido un niño y le habían llamado Abdul. Miguel había intentado convencer a Nadya de que, ya que iban a vivir en España, lo más sensato era buscar un nombre español. Una vez más, ante la incomprensión de ella, Miguel había vuelto a ceder.
Mercedes había ido viviendo el progresivo deterioro del matrimonio de su hijo, ya que éste viajaba frecuentemente a Madrid por cuestiones del trabajo y hablaba de sus problemas a su madre. Además, como había vuelto a retomar su relación con Aurora, Mercedes paraba en Sevilla siempre que viajaba hasta Bolonia, lo que le había permitido comprobar in situ que los episodios en los que Nadya cambiaba de personalidad habían aumentado.
Cuanto más pasaban los meses y los años, más convencida estaba Mercedes de que aquella relación no soportaría el paso del tiempo. Sólo una vez, en la que Miguel la había llamado por teléfono desde la habitación de un hotel, le había aconsejado que se separara de ella. Habían tenido una fuerte discusión y él se había ido de casa. Como Miguel no quiso ni oír la palabra divorcio, Mercedes casi le ordenó que regresara a casa, no fuera que Nadya le denunciara por abandono del hogar. Él juzgó sensatas las palabras de su madre y había vuelto a casa esa misma noche. Pero fue la primera vez que pasó por su cabeza la posibilidad de que cada uno siguiera con sus vidas por separado.
La vuelta a casa de Miguel no había arreglado en nada la situación, que cada vez se fue deteriorando más y más. Al final, una fuerte discusión, la enésima, propició que ella abandonara la casa con el niño. Se marchó a Madrid y, tras la denuncia interpuesta por Miguel, la detuvieron en el aeropuerto de Barajas, en la puerta de embarque. Había quedado allí con su hermano mayor y con su padre e iban a tomar un vuelo a Argelia. La policía había abortado el secuestro, y la separación entre Miguel y Nadya fue por fin definitiva. El juez le había dado la custodia del niño a él.
-No lo pienses más, cariño -dijo Aurora. Ya verás cómo cualquier día Miguel encuentra una buena chica que le dé el amor que se merece.
Y dicho esto, las dos mujeres se besaron tiernamente.
-Te amo, Mercedes.
-Yo también, Aurora, yo también te amo.

sábado, 27 de octubre de 2007

El síndrome de Peter Pan


El otro día escuchaba en la radio un par de noticias alarmantes. Ahí va la primera: "Faltan médicos en España". La segunda decía así: "Antes, de padres con estudios básicos o sin estudios salían hijos con titulación media o superior. Ahora, de padres con estudios básicos, medios o superiores, salen hijos con estudios básicos o sin estudios".


Las dos noticias indican que empezamos a sufrir las consecuencias del abandono y del fracaso escolar. En pocos años, no sólo faltaran médicos sino que empezaran a faltar ingenieros, arquitectos, historiadores, escritores, escultores..., etc. Los niños no quieren estudiar, "no les gusta". Y los padres, más dedicados a "criar príncipes" a los que compran móviles, consolas y motos, no se lo recriminan ni fomentan el esfuerzo como camino para obtener unas metas.


La proliferación de empresas de todo ámbito ha hecho que en España apenas haya paro. Los adolescentes abandonan la escuela en segundo o en tercero de la E.S.O. y empiezan a trabajar por cuatro duros que emplean en seguir manteniendo su estatus y su síndrome de Peter Pan. El proceso de maduración personal no existe y la mayoría acaban convertidos en seres humanos embrutecidos cuyas inquietudes intelectuales más inmediatas son: llenar el carro en el "Carrefour", llenar el tanque de gasolina, llenar el gaznate con cerveza y llenar el tiempo libre con programas al estilo "Salsa Rosa".


Acciones como leer, ir al teatro, escuchar música clásica o hacer un viaje de tipo cultural se convierten en actividades de ciencia-ficción.


Van por la carretera a toda leche, tienen unas hipotecas de locos y las "visas" con los topes de crédito agotados.


¿Adónde va esta sociedad? Pues yo creo que está claro: Hacia la decadencia y hacia un "petardazo" que será el que vuelva a poner las cosas en su sitio y a cada uno en su lugar. No será el gobierno de turno el que ponga arreglo a esto sino una crisis económica que nos obligue a todos a reaccionar.

viernes, 20 de julio de 2007

El preludio del reflejo de Oberón


Dejando atrás a mi compañera de caminata con la promesa de verla más tarde, continué ascendiendo por aquella angosta y húmeda vereda. Al cabo de un buen trecho, cansado y con el sudor de mi frente penetrando ya en mis ojos, me incliné para beber un poco de agua del arroyo. El riachuelo me devolvió el reflejo de Oberón como preludio de que algo fuera de lo común iba a suceder. Entonces, tras haber bebido un primer sorbo, lo oí. Sonó como un crujido, como si hubieran partido en dos una rama seca.

Mi tranquilidad se transformó en un estado de nervios irracional. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a mi compañera con mi teléfono móvil, pero no contestó. Un frío gélido se apoderó de mi cuerpo a pesar de ser verano y gozar de una temperatura muy cálida.

Y entonces apareció justo enfrente de mí, como un fantasma de rostro incrédulo y aterrado y con varios regueros de sangre provocados por la mortal herida de su cráneo que caían por su cabeza de forma desigual. Me habló como lo que ya era, un espectro confundido y despistado.

-¿Por qué me has hecho esto? -me dijo.

Agaché la cabeza como un cobarde y no supe qué contestarle.

jueves, 19 de julio de 2007

Mis dos fobias



Cuando pensaba en mi vida, tenía que acabar concluyendo que todo me iba a pedir de boca. Tenía una mujer estupenda y maravillosa que me amaba y tenía un crío de diez años que era nuestra alegría y nuestra debilidad.
Sólo había dos cosas que me traían a maltraer y que no comprendía por irracionales. No podía acercarme a un circo, era superior a mis fuerzas.No es que me pusiera nervioso o alterado, me ponía histérico. Así que, cuando nuestro hijo nos pedía que le lleváramos a ver las atracciones circenses del último circo que hubieran montado en la ciudad, era mamá la que cumplía porque papá no podía. La otra fobia que me acompañaba desde siempre era que no podía ver una baraja de cartas. Daba igual que fuera una baraja española o de póquer, la reacción siempre era la misma. Era ver unos naipes y me ponía a temblar descontroladamente. La verdad es que mi mujer, con la ternura y el tacto que la caracteriza, siempre me había sugerido ir a un psicólogo. Y yo, con la testarudez y la estupidez que me caracteriza a mí, siempre me había negado. Al fin y al cabo uno no va tropezándose en su vida cotidiana con circos y con partidas de cartas. Ese era mi argumento, pero la verdad era que no me apetecía contarle mis tonterías a ningún extraño, aunque fuese profesional. Una tarde habíamos programado una velada en casa de las típicas. Marco y Marisa, su mujer, habían venido con su hijo Pedrito a pasar la tarde. Lo pasábamos bien en esas veladas, ya que Marco era amigo mío desde la infancia, las mujeres se llevaban muy bien y los niños jugaban toda la tarde. Sin saber muy bien por qué, mis fobias se convirtieron en el tema estrella de la conversación. Tanto fue lo que me presionaron que a la mañana siguiente prometí llamar a la consulta del doctor Grau para concertar una cita. El terapeuta había estudiado con Marisa en la universidad y ella me aseguró que hacía milagros con los pacientes. Así que no me quedó más remedio que tomar su tarjeta y prometer a todos que iría a que me viera. A la mañana siguiente, en el trabajo, saqué la tarjeta de mi bolsillo y cuando me disponía a llamar algo me frenó. Debajo del nombre del terapeuta había unas palabras que no me gustaron: “Hipnosis regresiva, viaja a vidas pasadas”. Así que, decidí no llamar. Pero, ¡lo que son las cosas!. Como había poco trabajo, decidí mirar en INTERNET a ver si encontraba algo sobre las regresiones. ¡Y vaya si lo encontré! Aquellas páginas eran un compendio de pseudo-esoterismo barato que me echó definitivamente para atrás. Y para no quedar mal con nadie, llamé a Marisa e intenté disculparme. La conversación fue breve pero sirvió para que yo acabara en la consulta de su amigo.

-¿Marisa? Hola, soy Pepe.
-Hola Pepe, cómo vas. ¿Ocurre algo?
-Pues sí. Oye, mira, yo creí que tu amigo era un psicólogo serio. Si es uno de esos que promete llevarte a vidas pasadas y esas chorradas parapsicológicas yo…

-Oye, el doctor Grau no es una persona como la que tú estás describiendo. Por supuesto que es un psicólogo serio, uno de los más serios que yo conozco -me dijo Marisa contrariada.

-Y, entonces ¿qué significa lo de las vidas pasadas en la tarjeta?-dije yo como si la hubiera cogido en un renuncio.

-Eso no tiene nada que ver, pura mercadotecnia, chico. Escucha, -me dijo con toda la serenidad del mundo- yo que tú, primero hablaría con él, sin comprometerme a nada. Te atenderá gratis la primera consulta si dices que vas de mi parte. Si una vez que hayas hablado no te ves convencido, pues no pasa nada, te vas y santas pascuas. ¿Qué te parece?

-Me parece razonable, Marisa. Pero lo de las vidas pasadas me parece una chaladura, chica.

-Bueno, pues yo ya no te digo más. Te dejo, que tengo trabajo. Ya me contarás.

-Vale, un beso. Ah, y gracias.

-No las merezco, chao.

Después de hablar con Marisa llamé a la clínica y me citaron para el día siguiente. Esa noche hasta tuve pesadillas, lo que provocó que pasara el día entre ansiedad y somnolencia. No obstante, después de salir del trabajo, le eché valor y me presenté allí. Mientras estaba en la sala de espera estuve a punto de marcharme ya que los "elementos de mercadotecnia” colgaban de las paredes en forma de llamativos carteles. Pero cuando iba abandonar la enfermera pronunció mi nombre y me pareció menos violento entrar a la consulta que marcharme sin decir nada. El doctor Grau me saludó educadamente. Al parecer, Marisa ya había hablado con él y le había comentado mis reticencias. Y yo se las confirmé mientras él me escuchaba pacientemente. Tuve la extraña sensación de que el doctor me resultaba inquietantemente familiar, aunque era la primera vez que le veía.

-Escúcheme -me dijo-. Yo soy un científico y si he optado como terapeuta por el método de la hipnosis regresiva es porque me da estupendos resultados. Mediante este sistema hago retroceder en el tiempo a mis pacientes y les llevo hasta sus traumas. Lo que ocurre es que, a veces, después de hacer un recorrido temporal a lo largo de su vida, no encuentro ningún resquicio. Cuando sigo retrocediendo, el paciente suele verse en lo que parece ser el útero de su madre. A partir de ahí, si seguimos dando marcha atrás, el paciente da un salto hacia un tiempo y un lugar que no pertenecen a su vida cotidiana. Sin embargo, el paciente tiene la sensación de haber vivido esos hechos.

-¿En vidas pasadas? -le pregunté con sarcasmo.

-Me importa un pito lo que sea -contestó él de forma tajante.

-Perdón, ¿cómo dice?

-El concepto de “vidas pasadas” es el más romántico o el más filosófico. Pero también podría ser que tuviéramos esas informaciones grabadas en el subconsciente. O podría ser que fueran fruto de la información genética. Tenga en cuenta que los genes se van transmitiendo de generación en generación y podría ser que guardáramos información de vivencias que tuvieron nuestros padres, nuestros bisabuelos o nuestros primeros antepasados. En cualquier caso, ninguna de las teorías anteriores ha podido ser demostrada. Y hasta que lo sean, yo sigo curando pacientes mediante la regresión.

-Oiga, creo que le debo una disculpa -dije arrepentido-. Verá, he visto tantas cosas en INTERNET que creí que sería usted un charlatán.

-Y no le culpo, amigo. Este es un terreno abonado para sinvergüenzas y estafadores. Pero esto es una consulta médica. Y si usted está de acuerdo, empezamos ahora mismo. La sesión de hoy es gratis y si cuando terminemos no está conforme, se lo dice usted a Marisa y aquí paz y después gloria, ni siquiera tendrá que volver a verme.

Cuando al cabo de una hora salí de la sesión, tuve claro que volvería a ver a ese hombre. El proceso de hipnosis me llevó a volver a revivir algunos episodios de mi vida. La sensación fue extraña, porque era consciente de estar tendido en la camilla y al mismo tiempo vivía un hecho que había ocurrido en el pasado. Pero no lo recordaba extrayéndolo de mi memoria, sino que volvía a vivirlo como si volviera a estar allí. Fue increíble.

La siguiente sesión tuvo lugar una semana más tarde. El doctor Grau me relajó y me dijo que íbamos a viajar hasta un circo que hubiera significado mucho para mí. Inmediatamente me sentí transportado hasta el descampado en el que jugábamos al fútbol cuando yo era pequeño. Mis amigos y yo teníamos doce años y me alegré de volver a verlos. Durante esos días no podíamos jugar con el balón ya que en nuestro descampado habían instalado un pequeño circo. Así que aquella noche jugábamos al escondite. Las lonas y los artefactos circenses hacían que el juego fuese más interesante ya que disponíamos de muchos lugares en los que scondernos. Precisamente, yo me escondí detrás de una de las lonas. En un momento dado, escuché pasos detrás de mí. Al volverme contemplé a dos hombres que me miraban con malas intenciones.

-Así que has venido a robar ¿eh? -dijo uno de ellos enfatizando el final de la frase.

-Yo… -dije balbuceando-, no… Estoy jugando al escondite y…

No me dejaron explicarme porque el que había hablado me propinó una patada en el costado que me levantó del suelo.

-¡Pingo! -dijo el otro con mala leche. Luego me dio una bofetada que provocó que el oído me zumbara durante horas.Como allí no valían las explicaciones, mis amigos me llamaron desde detrás y salimos corriendo como alma que lleva el diablo.El doctor Grau me despertó del trance y recuerdo que al levantarme de la camilla tuve que secarme las lágrimas. Había estado llorando. ¿Cómo había podido olvidar el suceso?

-Este episodio significó mucho para usted -me dijo el doctor-. Seguramente fue la primera vez que unas personas mayores abusaron de usted. Y usted no había hecho nada malo. Su mente no lo comprendió y decidió borrar ese capítulo de su vida, pero sin embargo, cada vez que ve un circo, no puede soportarlo. Pues bien, ya sabe por qué. Lo que debe hacer ahora es asumir el hecho e integrarlo en su vida cotidiana con su perspectiva de adulto. Y admitir que ponerse nervioso por ver un circo no tiene sentido.

El sábado siguiente llevé a mi hijo y a Pedrito al circo y yo me lo pasé mejor que ellos. Me había curado. Antes de empezar la siguiente sesión, informé al doctor Grau de mi progreso y le di las gracias por todo.

-Aún no hemos terminado -me dijo-. Todavía tenemos que ver qué pasa con su fobia a las cartas.

Esta sesión duró un poco más, ya que no encontramos nada que pudiera justificar mi aversión a los naipes. Así que el doctor me llevó hasta el útero de mi madre. Pero en el momento en que más a gusto me encontraba salté hasta un “yo” que vivía en el siglo XIX en un pueblo del norte de España. Realmente era yo, tenía cincuenta años y me llamaba Paulino.Vivía en un pueblo casi deshabitado y trabajaba de sol a sol. Era viudo y no tenía hijos. Y la única diversión era la partida de cartas de los domingos por la tarde. Mi vida no era radiante pero tampoco era un infeliz. Lo único que ocurría era que desde hacía un año yo venía padeciendo unos dolores infernales en el pecho. Por aquel entonces no había médicos, pero yo sabía que tenía una enfermedad mortal. Y como era un bromista, decidí despedirme de mis amigos a mi manera. Así que en una de aquellas partidas decidí hacer una apuesta. Les dije a mis amigos que sería capaz de adivinar el día de mi muerte con las cartas. Me las coloqué y saqué algunas que, por su número, me dieron la fecha que yo quería: el 10 de diciembre de 1891, una semana más tarde. El Salustiano, buen amigo, entró al trapo e hicimos una apuesta. Si no moría yo le daba mis dos vacas y si moría, él pagaría el entierro y el funeral. A la semana siguiente, el día 10, el cura encontró mi cuerpo en mi casa pendiendo de una soga. Me había suicidado.

No hace falta decir, que a partir de ese momento las partidas de cartas se incorporaron a las reuniones con Marco y con Marisa. Cuando llegó la hora de pagar al doctor metí en un sobre acolchado un talón, una baraja de cartas y dos entradas para el circo. Y se lo hice llegar de forma anónima. A los pocos días recibí en casa una carta que llevaba el membrete del doctor Grau. La carta decía “Gracias, Paulino”. Y la firmaba “ el Salustiano”.

jueves, 12 de julio de 2007

Inhumación ilegal

Comienzo del relato: Javier Tomeo
Mi amigo Ramón dice que en estos tiempos que corren la televisión y los televisores vienen a ser la versión electrónica del diablo. -¿Dónde tienen los televisores los cuernos? -le pregunto, divertido por su ocurrencia. Me explica que los cuernos de los nuevos diablos electrónicos pueden ser perfectamente esas antenas que se colocan sobre los televisores para mejorar la imagen. Luego enciende un cigarrillo y me cuenta que hace un par de semanas tuvo la ocurrencia de enterrar su televisor portátil de diez pulgadas mientras estaban retransmitiendo uno de esos programas en los que la gente se insulta y se tira los trastos por la cabeza. -Era una noche de plenilunio y hacía un calor sofocante -recuerda- Bajé al solar que hay delante de casa, puse el televisor en marcha y lo deposité cuidadosamente en el fondo de un pozo que había cavado aquella misma mañana al pie de un olivo. Luego empecé a echar la tierra removida encima del televisor sin que la presentadora y los concursantes se diesen cuenta. Fue así como consumé el primer televicidio de la historia. -¿Y qué sucedió luego?

Continuación del relato: Paco Gómez
- Lo más increíble que te puedas imaginar -comentó Ramón con desgana- Cuando regresaba a mi casa oí unas voces lejanas. Al principio no quería creerlo, pero cuando por fin acepté el hecho de que los timbres de esas voces me eran irremediablemente familiares, me volví. Encendí un cigarrillo y me quedé mirando al hoyo que acababa de tapar apoyado en el mango de la pala y echando humo como una locomotora. Las voces eran la de la presentadora y la de los concursantes. Y pedían socorro los muy "chalaos", ¿te lo puedes creer?- Venga, Ramón, que esto no hay quien se lo trague.- Ya lo sé -respondió con toda la naturalidad del mundo mientras exhalaba parsimoniosamente el humo de su cigarrillo- Ten en cuenta que el televisor estaba apagado y desconectado del cable de antena. Sólo me había tomado un par de vinos en la cena, así que estaba sobrio. Pensé que me había vuelto "majarón".Ramón encendió otro cigarrillo y permaneció en silencio unos instantes. Parecía que había dado por concluida la conversación. Y yo empecé a experimentar ansiedad, porque empecé a vislumbrar que el relato de Ramón podría ser cierto. Era un bromista, pero esta vez parecía afectado mientras contaba su historia. Me arriesgué a picar en el anzuelo porque, si todo era una broma, iba a estar riéndose de mí por lo menos un mes.- Bueno, Ramón, ¿y que pasó después? -le pregunté.- Pasó lo que tenía que pasar -continuó- Apagué el pitillo y me puse a desenterrar el maldito televisor entre las voces de esos "degeneraos". Cuanto más tierra quitaba, más chillaban, hasta que se hizo el silencio.- Bueno, ¿y qué pasó luego?- Con el trajín de cavar no me había dado cuenta, pero el caso es que delante de mis narices se habían "plantao" dos municipales que me estaban diciendo que saliera del boquete y que les diera mi carné de identidad. Al preguntarme por lo que estaba haciendo no se me ocurrió otra cosa que decirles la verdad. Y les dije que luego me había arrepentido de enterrar el televisor en la vía pública porque... En fin, que les largué un rollo ecologista, tú sabes.- Bueno, y ellos, ¿qué te dijeron? -le pregunté ansioso por saber el desenlace de la historia.- Pues lo primero, que siguiera cavando, para comprobar mi versión. Después, que tapara el hoyo. Luego, tras convencerles de que me llevaría la "tele" a casa y que el suceso no se volvería a repetir, me preguntaron que si quería que me llevaran a un hospital. Tuve que emplear toda mi labia para convencerles de que había sido un episodio de paranoia puntual, insólito pero puntual, Andrés, tú sabes.- ¿Y te dejaron ir? ¿Sin más?- No sin antes decirme que me llamarían en una hora, para ver si todo iba bien. Así que me fui a casa y monté el televisor. En el programa seguían dando gritos pero la pelleja de la presentadora me miró en un momento determinado y me guiñó un ojo.- ¡Vamos anda, Ramón!- Te lo juro por lo más "sagrao", Andrés. Parecía como si me dijera que no iba a poder librarme de ella así como así.- Y, ¿sigues viendo ese programa?-¡Qué remedio, chico! Si no lo pongo empiezan a sonar esas malditas voces en mi cabeza. No me he atrevido ni a quitar el barro del televisor.No supe qué decir así que me despedí de él y me marché de allí pensando en las cosas de Ramón. Ya no me hacía ninguna gracia lo que me había contado. Desde que murió su mujer, se estaba volviendo cada vez más "majarón".

Un amigo en la noche


No cabía duda, el pueblo costero gaditano ejercía en Paco verano tras verano el efecto terapéutico esperado. Después de trabajar todo el año, tenía que acudir allí y dedicarse a no hacer nada, a prescindir de horarios, a contemplar las montañas, a oír el susurro del oleaje, a tomar el café con los parroquianos. Y tenía que hacerlo solo. No sabía a ciencia cierta de qué manera había desarrollado ese instinto que le hacía no sólo buscar la soledad, sino amarla y gozarla intensamente. Cada vez odiaba más el tener que mezclarse con gente. Si tenía que hacerlo, siempre acababa frustrado y maldecía en silencio el momento en que había decidido acudir a la reunión. La última había sido en su casa, antes de iniciar sus vacaciones. Invitó a una pareja a la que conocía de toda la vida y acudieron con los niños. Ya durante la cena experimentó la familiar sensación de tedio al comprobar que la estrella de la velada era la ausencia de cualquier tipo de conversación medianamente inteligente. Echó profundamente de menos a las personas que conoció tiempo atrás. Cuando al término de la cena el tiempo fue pasando y la pareja compartía juegos con los niños en un pequeño artilugio que él supuso que era una consola, se levantó, se dirigió al servicio y vomitó. Cuando volvió seguían emitiendo gruñidos e incluso se enfadaban entre ellos. Así que les echó de su casa con toda la diplomacia que fue capaz de reunir. Acababa de cenar y mientas fumaba un cigarrillo escuchando el ruido de las olas, estaba reflexionando. ¿Sería una enfermedad sentirse feliz estando solo? Hace ya mucho tiempo que se hacía esta pregunta. Abandonó el murmullo de la terraza y se dirigió a experimentar su rutinario paseo nocturno. Le gustaba ir de noche por esa carretera oscura, sin más luces que las de las casas lejanas, sin más ruido que el pitido de los barcos que atravesaban el Estrecho de Gibraltar. Y rezaba para que la civilización no llegara nunca allí, para que su refugio estival permaneciera siempre como hasta ahora, en estado semisalvaje. Al cabo de un buen trecho de marcha observó un bulto en la oscuridad, algo sobre el murete que bordeaba la estrecha carretera. Cuando se fijó un poco más, vio que era un hombre de espaldas que miraba en dirección a la estela luminosa proyectada por la luna sobre el mar. El hombre lloraba y su llanto era el más amargo que Paco había escuchado nunca. Se quedó tan impresionado por la circunstancia que su primera reacción fue seguir la inercia de sus pasos y, cuando se dio cuenta, había dejado la escena unos cien metros atrás. De repente sintió que no podía seguir paseando y que de alguna manera, se había contagiado de una angustia vital como nunca antes había sentido. Giró ciento ochenta grados y se fue acercando poco a poco al desconocido. Se situó a su espalda mientras pensaba que no tenía ninguna necesidad de hacer lo que iba a hacer.
-Buenas noches, amigo -dijo Paco al tiempo que el hombre dio un respingo y se volvió asustado.
-¿Quién es usted? ¿Qué quiere? -contestó el hombre con marcado acento británico.
-Perdóneme, pero sólo soy un paseante nocturno que no he podido asumir sin más lo que he visto mientras iba caminando. No quiero molestar, es más, si me dice que me vaya seguiré mi camino inmediatamente.
-No, no es eso. Es sólo que no le conozco y me ha sorprendido el sonido repentino de su voz. Ni siquiera le había visto llegar. -El extranjero había apagado sus sollozos e intentaba aparentar más dignidad de la que tenía en esos momentos.
-Entonces, permítame que me siente ¿quiere un cigarrillo? -El hombre aceptó y la llama del mechero permitió a ambos escrutar más de cerca sus rostros.
-Se está bien aquí ¿eh? Al menos a mí siempre me reconforta la mezcla de la oscuridad de la noche y el rumor de las olas. -Paco intentó iniciar la conversación intentando poner en práctica la poca sensibilidad que aún le quedaba en sus relaciones con los demás.
-Pues la verdad es que sí, -contestó el extranjero- a pesar de que la vida no tenga sentido.
-Puede que lleve razón, o puede que no. O puede que el error sea intentar explicar la vida en términos racionales. Siempre pensé que la razón es una cualidad estrictamente humana, por tanto, siendo anecdótico el género humano dentro de la diversidad animal, vegetal y mineral, ¿por qué tendría que ser acertado analizar la vida en pensamientos razonados?
-Eso es demasiado profundo amigo, aunque admito que la reflexión es original. Mire, intuyo que le he dado pena y que se ha sentado conmigo para intentar ayudarme, cosa que le honra y que le agradezco. Pero sencillamente, mi vida es un asco, algo he debido hacer mal. Me encuentro en un momento en el que no me reconozco, sólo siento angustia y una pena muy grande.
-Se equivoca amigo -dijo Paco procurando no contrariar en exceso al afligido desconocido-. No sentía ninguna pena por usted, no le conocía. Haciendo un ejercicio de sinceridad, me he sentado con usted porque he sentido la necesidad, nada más. Sin embargo, nuestra conversación hace que empiece a sentir una corriente de empatía hacia usted, inexplicable ¿verdad? Pero así es como funcionamos. Como puede ver no es nada racional, pero ahí está.
-Le agradezco sus palabras, de verdad. Pero cuando uno pierde su trabajo por cuidar a su mujer que acaba de morir de cáncer, cuando al cabo de un mes tu única hija muere en un accidente de tráfico y una semana más tarde tus padres mueren en una explosión de gas, no queda más remedio que pensar que todo esto es una mierda, y perdone la expresión -afirmó categórico el extranjero.En ese momento a Paco sólo le resonó una palabra en el cerebro: ¡joder! ¿Qué podía decirle ahora a este hombre? ¿Que la vida sigue? ¿Que hay que olvidar? Esperaba estar a la altura de las circunstancias.
-Lo que acaba usted de decirme es tan fuerte que no se cómo no se ha quitado usted de en medio -respondió Paco intentando reforzar la valentía de su interlocutor.
-Pues está usted a punto de presenciarlo. Llevo más calmantes encima de los que mi cuerpo podrá soportar. Lo siento pero he intentado no involucrar a nadie -contestó sereno el extranjero.Como Paco intuyó que no serviría de nada seguir con la conversación, sacó de su bolsillo el teléfono móvil y llamó a la Guardia Civil. En ese momento el extranjero le quitó el teléfono, lo apagó y lo lanzó lejos.
-Pero ¿qué hace? -gritó Paco.
-Se lo ha tragado ¿verdad? -le decía el extranjero mientras le miraba con el rostro totalmente cambiado. Ahora sonreía como un niño que se hubiera salido con la suya y Paco estaba desconcertado.- La verdad es que le he mentido como un bellaco amigo. Demos un giro a nuestro encuentro y escuche los hechos como yo los he percibido. He visto acercarse a un hombre en la oscuridad. Y he visto que ese hombre tiene una pena tan grande en el alma que he decidido montar un ardid para que se detuviera. Y ahora cuénteme amigo, ¿qué diablos le ocurre a usted?

miércoles, 11 de abril de 2007

Relato: El Diario

Llegué a casa y tomé la cena que corresponde a un teniente de la brigada de homicidios que ha tenido que examinar el cuerpo de su compañero muerto de un tiro en la cabeza, es decir, un bocado ligero. Ni siquiera tuve ganas de anotar en mi diario los acontecimientos del día. Me recosté en la cama y me dispuse a leer las últimas páginas del diario del teniente Cárdenas: "-... hasta estrellarme contra mi cama-. Terminé de leer el diario del difunto y recliné la cabeza sobre la almohada. Enseguida empecé a relajarme. Tanto, que al poco tiempo sentí que la conocida sensación estaba llegando. En vez de tomar el camino del sueño tomé el otro. Ese en el que uno está lúcido sin estar dormido, pero tampoco despierto, y con el cuerpo totalmente paralizado. En mi cerebro comenzó a sonar un martilleo continuo, lento, aumentando el ritmo hasta convertirse en una frecuencia semejante a un pitido. Era muy extraño y yo sabía que algo iba a pasar. De repente vi una bola de luz creciente que se tornó en estallido mudo y se transformó en un torrente de vértigo que desembocó en una situación de lo más extravagante. Me encontraba ante un ser de figura antropomorfa y en un abrir y cerrar de ojos me estaba mostrando lo que parecía una ciudad con edificios de cristal. Había carreteras, y algo semejante a personas y vehículos. Todo era muy raro y sentía que me costaba ajustar la percepción. Entonces el ser me dijo que dejara de luchar contra mí mismo y mi visión se convirtió en energía. De repente veía luces y entre ellas podía identificar claramente a los seres humanos, que eran resplandores ambarinos. Continuó diciéndome que no me preocupara por nada. Que me enseñaba esto porque pronto sería una luz ámbar, ya que al día siguiente yo iba a morir y regresaría al lugar de donde procedía. A continuación sentí un vértigo atroz y algo tiró desde atrás con fuerza hasta estrellarme contra mi cama. Sudoroso y extrañado tampoco di más importancia al asunto y me dormí." Vaya con el teniente Cárdenas, sueño premonitorio de muerte anunciada. Terminé de leer el diario del difunto y recliné la cabeza sobre la almohada. Enseguida empecé a relajarme. Tanto, que al poco tiempo sentí que la conocida sensación estaba llegando. En vez de tomar el camino del sueño...

Relato: Reencarnación

Jamás pensó que se atrevería a hacerlo, pero lo hizo. Cuando quiso darse cuenta, estaba de pie observando la grotesca escena. Era él quien pendía de la soga y sacudía inútilmente los pies y las manos. Fue a la cocina, agarró un cuchillo e intentó cortar la cuerda. Pronto vio que ni siquiera tenía el cuchillo. Al intentar levantarse a sí mismo, comprobó que no era capaz de abrazar su cuerpo. Cuando éste dejó de moverse, sintió un vertiginoso tirón que le situó en una escena mucho más extravagante. Alguien le decía que tenía que volver y al momento se sintió flotando dentro del útero de una mujer a la que conocía bien. Era su esposa.

viernes, 30 de marzo de 2007

Relato: Reo o guardián

Se encontraba solo en aquella habitación angosta que olía a moho, a tabaco y a humedad. Nunca debió acudir a esa cita pero el transcurrir de los acontecimientos no puede adivinarse a priori. Ahora deseaba más que nadie que pasaran las horas que, sin embargo, parecían haberse atascado en el reloj.

Cuando ya casi había perdido la noción del tiempo, tras la puerta, apareció un hombre con el sol a su espalda. Su figura negra se silueteaba bajo el umbral del portalón podrido. Con su mano puesta por encima de los ojos ejerciendo de visera, comprobó que el que se dirigía hacia él era de mediana estatura.

Y de pronto, su perspectiva cambió. Ahora se vio avanzando hacia el pobre diablo que estaba atado como una alimaña a la argolla de la pared. Se protegía los ojos de la luz y apestaba como consecuencia de haberse hecho sus necesidades encima.

Cuando despertó, analizó el sueño, comparó las dos perspectivas. Supo de manera irracional que era mejor ser reo que guardián. No supo explicarse a sí mismo el por qué.

domingo, 25 de marzo de 2007

Relato: La necrológica

Pasaba despacio las páginas, rozándolas apenas con las yemas de los dedos, sin tocar más que el borde en cada hoja. Fue entonces cuando la vio, no le habían engañado. ¿Cómo era posible? ¿Qué mala pasada le estaba jugando el destino? Pero si no hacía ni una hora que había tomado un bocadillo y una cerveza, incluso había fumado un cigarrillo.

Se acercó a la bibliotecaria, que después de dirigirle una mirada gris, hizo la fotocopia con desgana. Al entregársela, le pidió diez céntimos de euro con la palma de la mano extendida sin mirarle siquiera. Boris pagó, dobló cuidadosamente el papel y lo introdujo en su cartera.

La bibliotecaria miró por encima de sus lentes cómo el desconocido cerraba tras de sí la puerta de la biblioteca.

-Qué tipo tan raro –pensó en voz alta-. ¿Para qué habrá fotocopiado una necrológica de hace cincuenta años?

sábado, 3 de marzo de 2007

Relato: Vacaciones mentales

Desde luego hay que ver el buen gusto de estos ingleses para decorar los pubs. Bueno, más bien habría que decir “británicos” porque lo cierto es que yo me encontraba en Escocia. De vez en cuando yo hacía “mis vacaciones mentales”. Esto consiste en que en vez de hojear un catálogo de una agencia de viajes, uno coge un mapa y, quizá influido por un libro o por una película elige un lugar para hacer una parada en la rutina diaria. No se organiza nada, ni hoteles ni comidas ni excursiones. Sencillamente se elige el sitio y, como en este caso, se compra un billete de avión para Edimburgo. En condiciones normales se hace una visita por la ciudad pero en “mis vacaciones mentales”, a pesar de que nunca había estado allí, me monté en el primer taxi que atisbé y le pedí que me llevara a Rosslyn, un poblacho que se encuentra a unos cinco kilómetros al sur de la capital escocesa. Era el sitio elegido, era el punto en el mapa que me llamó la atención y era uno de los enclaves protagonistas del último libro que me había leído. Pagué al rollizo y pelirrojo taxista y me quedé pensativo en la única calle merecedora de tal calificativo. Llovía a cántaros y mis pasos se encaminaron hacia una tienda de comestibles situada en mitad de la calle. La señora que estaba detrás del mostrador y que me miraba como si se le hubiera aparecido un espectro rondaba la cincuentena. No me preguntó qué quería ni nada por el estilo sino que me miró con unos ojos que expresaban su pensamiento de que yo no encajaba allí, mucho menos a esas horas de la tarde (eran las ocho y media) y con esas trazas de no ser escocés, ni siquiera británico. No sé si adivinó que era español por el acento pero el caso es que bastante escandalizada me indicó que la señora McDowell de vez en cuando alquilaba una habitación a extravagantes extranjeros, generalmente americanos, que se atrevían a viajar hasta allí. Así que sin dar más importancia al asunto me dirigí a la casa McDowell y en un abrir y cerrar de ojos me encontré instalado en mi habitación, por cierto, modesta. Una cama, una mesilla, un lavabo con espejo y moho resbalando por las paredes. Justo lo que necesitaba.
Entré en el único pub del pueblo. Pedí una cerveza al camarero, gordo, alto y de unos setenta años por lo menos, y me dediqué a observar el panorama, aunque más bien, era yo el centro de todas las miradas. Menos mal que los seres humanos se acostumbran a todo y al cabo de los diez minutos, con otra cerveza esperándome en la barra, estaba totalmente integrado en el paisaje del bar. Ese mimetismo permitía que me encontrara a gusto y observar sin ser observado. Los tipos charlaban animadamente y la televisión ofrecía un Liverpool-Chelsea. No paraban de beber cerveza en un formato que se me antojó exagerado, pero qué carajo, estábamos en el Reino Unido en donde la ingestión del dorado líquido es una religión. Al parecer todos simpatizaban con el equipo de la ciudad que antaño vio nacer a los Beatles y al enterarse de mi nacionalidad, que concordaba con la del entrenador que les había hecho ganar su última copa de Europa, no dejaron que pagara nada. De repente me encontré sentado en una mesa conversando y abrazado por aquellos bebedores de cerveza. El dueño del establecimiento cerró la puerta por dentro aunque hizo varios intentos al meter la llave en la cerradura. El Liverpool ganó por tres a uno y todos brindábamos salpicando cerveza por nuestros cuerpos. De pronto escuché un ruido seco y al instante un sonido de carcajadas escocesas, porque no se reían igual que en España. El tabernero yacía en el suelo con los ojos cerrados y con dos hilillos espumosos que le caían por ambas comisuras de los labios. Lejos de recogerle, los parroquianos se lanzaron como lobos a la barra del bar y un vejete encorvado se dedicó a llenar las jarras vacías de cerveza. Estaba yo pensando en el surrealismo de la situación, cuando un aborigen de largas cabelleras blancas me dijo “anda Binaitis, toma otra cerveza”. La tomé, por no hacer el feo, y brindé con un tío que me sacaba dos cabezas. Cuando al parecer se cansaron de celebraciones, el del pelo blanco sugirió que debíamos llevar al tabernero a su casa. Le cogimos en volandas y le trasladamos doscientos metros más abajo de la calle. Le dejamos en su dormitorio y el vejete que nos había servido antes se había preocupado de escrutar el frigorífico y nos ofrecía nuevas provisiones de “Guinness”. Juntos cantamos canciones que yo no entendía y poco a poco los cánticos se fueron tornando en ronquidos desagradables, momento que yo aproveché para escabullirme y dirigirme a la casa McDowell al refugio de mi habitación.
A la mañana siguiente me desperté con un dolor de cabeza de los que hacen época. Menos mal que con la edad, uno no sale de casa sin llevar todo tipo de pastillas. Me tomé dos aspirinas y al rato, mientras contemplaba por la ventana las verdes colinas escocesas, me rehice. Tomé a duras penas los huevos fritos con panceta, patatas fritas, pan con mantequilla, queso y pastel de manzana que la señora McDowell me había preparado y salí de la casa.
Salí del pueblo en dirección al North Esk, lugar misterioso y con fama de estar habitado por fantasmas. El camino del valle se encuentra regado de numerosas construcciones en ruinas con una verdadera madriguera de túneles de los que se dice que el famoso Bruce, en uno de sus escarceos militares, encontró refugio. Esculpida en una roca cubierta de musgo una cabeza de origen pagano observa al caminante. Pronto divisé en el borde de la garganta un edificio que se alza espectral y majestuoso. Parecía un trozo de catedral gótica extirpado y situado allí, en aquellas tierras indómitas. La capilla de Rosslyn, de hecho, es una construcción inconclusa por falta de fondos y que estaba destinada a formar parte de una obra mucho más grande, una enorme colegiata que nunca llegó a construirse. El interior de la capilla es una alucinante locura en piedra, una explosión de imágenes talladas y configuraciones geométricas superpuestas una encima de otra. Fascinado por lo que estaba viendo casi ni me di cuenta de que alguien me saludaba.
-Hola joven -me dijo, a pesar de que yo ya no cumplía los cuarenta, en un inglés que apenas entendí. El tipo era bajito, delgado, con los ojos hundidos y pelirrojo. Llevaba un gorro picudo y por debajo del mismo le asomaban unos rizos que le tapaban las orejas. Tenía una curiosa barba que también acababa en pico, creando un efecto visual curioso. Su semblante parecía un rombo en cuyo centro se dibujaba su cara, cuyo rasgo más llamativo era una colorada y redonda nariz. No hubiera sabido decir si tenía cincuenta o setenta años.
-Buenos días padre -se me ocurrió contestarle al ver que llevaba negro hábito hasta los pies.
-Ah, no, se equivoca joven. No soy canónigo, me dedico a la construcción pero no importa- respondió. Inmediatamente pensé que sería un pobre desgraciado que no andaba muy bien de la azotea, aunque cambié de idea cuando empezó a explicarme con detalle aspectos referentes a la capilla. -Este lugar es un foco de misterios y leyendas, la más famosa de ellas, un pilar situado al este llamado “el Pilar del Aprendiz” , venga conmigo sea tan amable -continuó diciendo y sin saber muy bien qué hacer le seguí-. Esta capilla se construyó por orden de la familia Saint-Clair, grandes protectores de la construcción. Cada generación está obligada a recibir la palabra del Albañil, una señal secreta que tienen los albañiles en todo el mundo para reconocerse entre ellos. Una gente muy culta, créame, y muy ricos, relacionados desde siempre con el poder.
Avanzamos contemplando todo tipo de inscripciones en la piedra, difícilmente inteligibles a ojos profanos y llegamos a “el Pilar del Aprendiz”. Me quedé anonadado por su belleza. Una especie de guirnaldas pétreas serpentean por el fuste de la columna, desde la basa hasta el capitel, formando un lujoso sostén para el artesonado superior.
-Cuenta la leyenda joven, que un modelo de este pilar llegó a Rosslyn desde Roma o algún otro territorio extranjero. Al verlo, el maestro albañil no consintió en trabajarlo hasta no viajar al lugar de procedencia para ver el pilar original. En su ausencia el aprendiz trabajó la columna hasta dejarla como puede usted contemplar hoy. Al regresar el maestro y ver el pilar tan exquisitamente acabado, presa de la envidia mató al aprendiz.
De hecho, me llevó hasta la puerta occidental de la capilla. Encima de la misma se halla la cabeza tallada en piedra de un joven con un corte en la frente. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando me enseñó la talla de la parte opuesta, la del maestro. A pesar de los siglos transcurridos lo vi perfectamente. La talla en piedra era una copia fiel del rostro de mi interlocutor. Me quedé de piedra, nunca mejor dicho. Cuando giré la cabeza para mirar a mi acompañante y pedirle una explicación éste había desaparecido, se había evaporado. Era imposible que hubiera caminado hacia algún lugar, no hacía ni cinco segundos que estaba hablando conmigo. Cuando logré recuperarme de la impresión, me acerqué a un hombre que estaba sentado en un saliente observándome. Le pregunté que si había visto a la persona que iba conmigo. Me miró como si me faltara un tornillo y me dijo que yo había caminado solo todo el rato. En fin, recuperé la compostura y me marché de allí como alma que lleva el diablo.
Llegué a la casa McDowell, comí y me acosté. No dejé de soñar ni un momento con el viejo, con la capilla y con demonios que querían llevarme a los abismos. Así que me levanté sudoroso y bastante agotado. Tomé una ducha y me dirigí al pub a tomar una cerveza con “mis amigos”. Al entrar todos me saludaron y me dieron palmadas en la espalda. El dueño del establecimiento, que había recuperado súbitamente su dignidad, me sirvió con ademán solemne una pinta y entablamos conversación. Disimuladamente llevé la misma a donde me interesaba, es decir, hacia el incidente matutino de la capilla. El tabernero no se sorprendió en absoluto y me contó que no era la primera vez que ocurría esto.
-Al parecer cuenta la leyenda que el viejo es el espíritu del maestro albañil y que está condenado a vagar por la capilla -empezó diciendo indiferente-. Siempre cuenta la misma historia en señal de arrepentimiento. La maldición terminará cuando no quede ninguna piedra del templo de Rosslyn. Pero qué quiere que le diga amigo, yo no creo en fantasmas.
Lo que más llamó mi atención era que el tipo me lo estaba contando tan campante, como si fuera lo más normal del mundo. Apuré mi cerveza y con la segunda pedí un filete con patatas del que di cuenta con avidez. Esa noche me retiré temprano, entre las protestas de mis compañeros, y curiosamente dormí diez horas seguidas.
Los ocho días de vacaciones transcurrieron apacibles y al final no pude resistirme a visitar Edimburgo, en donde me contaron otras tantas historias de fantasmas.
Hoy, mirando por la ventana de mi apartamento y viendo llover, me he acordado de las vacaciones. Y lo cierto es que cuando veo fotografías de la capilla de Rosslyn siento un escalofrío, sobre todo cuando contemplo el detalle de la cabeza tallada del maestro albañil, el único fantasma que he visto en mi vida.

Relato: Amnesia voluntaria

Como todos los días, desperté en mi casa sin saber dónde estaba. Me preparé un café con leche y me senté frente a la ventana. Era maravilloso observar un paisaje nuevo cada mañana, porque nunca podía acordarme del día anterior.Una mujer a la que no conocía entró por la puerta. Me traía las provisiones diarias, según dijo.

-Hoy tiene usted mejor cara - comentó con desgana-. Al rato, se fue como había venido.

Abrí el sobre que había encima de la mesa. "Para abrir cada mañana", podía leerse en el anverso. Lo leí:"Si quiere anular el deseo que le concedí sólo tiene que desearlo con fuerza".Preferí desear, como cada día, no recordar nada al día siguiente.

Relato: Un mus en el "Beni"

Solía ir al "Beni". No de forma regular pero de vez en cuando lo necesitaba. Cuando el trasiego diario me sobrepasaba y sentía un peso insoportable sobre mi alma sabía que había llegado el momento. El "Beni" era un bar normal durante el día. Incluso cuando un neófito llegaba a primera hora de la noche no era capaz de distinguirlo de otro garito cualquiera. Pero un iniciado notaba la diferencia. Un iniciado sabía que entraba en un espacio de paréntesis, un submundo del arrabal en donde uno podía departir amigablemente con los antiguos colegas del barrio. Cuando el primer "DYC" con tónica resbalaba por la garganta se empezaba a percibir una densa neblina imposible de atisbar si estabas sobrio. Aquella noche no era diferente en el "Beni", como siempre.
Poco tardamos en poner el tapete sobre la mesa de la esquina. Escoltados por cuatro pelotazos, decidimos jugárnoslos en una partida de mus. El ambiente es mágico. Los juegos van pasando según suenan los Doors, Pink Floyd, Eric Clapton, Deep Purple... El estrés acumulado se me escurre por la piel y cae a plomo hacia el suelo. En el último juego yo soy mano y cojo solomillo. Veo a mi contrincante de la derecha que pasa treinta y una a su compañero, decido darme una corridita. El engaño funciona y ante mi disimulada risa cortan el mus. Les aguanto a grande, paso a chica, veo los pares y paso a juego sólo hasta que me echan diez y cierro. Ponemos las cartas sobre la mesa, no hace falta ni contar, sólo con lo mío nos hemos salido y ganamos la partida. Apuro el último güisqui y el reloj marca las cinco de la mañana. Todavía me dura la risa cuando miro a los que han perdido, les hemos dado la grande.
El "Beni" se va apagando muy lentamente. La música ya no suena como antes y en el garito quedamos cuatro. La mágica neblina se ha tornado en humo de tabaco y huele a alcohol y a humedad. Me alejo bajo la penumbra de las farolas que, lejos de alumbrar, crean un ambiente espectral. Oigo un grito y al volver la cabeza veo al "Chino" con la pierna metida en una alcantarilla mal tapada, rápidamente paro a un taxi.
Estoy algo borracho en urgencias mientras curan a mi colega de mus, pero no importa. El lunes iré a trabajar con otro espíritu.

Relato: Descuido imperdonable

Jamás pensó que se atrevería a hacerlo, pero lo hizo. Había gastado más de lo podía. Estaba totalmente endeudado en préstamos y tarjetas de crédito y debía mucho dinero a los prestamistas. Así que, no se le había ocurrido otra cosa que entrar en el restaurante y atracar la caja. Lo había conseguido; tenía una falsa coartada y su condición de funcionario de alto nivel del ministerio haría que nunca fuera sospechoso del robo.
Ahora estaba en casa, saboreando su victoria, con los problemas resueltos. En ese momento llamaron a la puerta. Uno de los dos policías le enseñó su placa.
-Debe acompañarnos, se dejó su D.N.I. en "cierto" restaurante.

Relato: Las fauces de la muerte

No tuve la menor reacción de sorpresa al descubrir el lugar hacia el que el destino me había conducido. No sentí nada cuando recibí aquellos disparos en el abdomen. Estaba en la frontera entre lo conocido y el más grande abismo que se le puede presentar a una persona en vida y sin embargo, me sentía más tranquilo que nadie, hasta que perdí el conocimiento.
No vi ni túneles ni luces ni seres angelicales. Flotaba en algún sitio y, por más que luchaba, no podía detener el flujo de una corriente que me arrastraba primero despacio y por último, a toda velocidad, hacia una caverna tenebrosa y con fauces que me engulló. Noté cómo quiso robarme mis experiencias y como me negué a dárselas, me escupió.
Desperté en una sala de hospital y lo que vi me dejó helado. Ya no veía a las personas como siempre. Eran racimos que colgaban de algún lugar indeterminado y que se dedicaban a acumular experiencias que serían las que alimentaran al monstruo. Lo contradictorio es que caí en la cuenta de que siempre las había visto así, pero no había reparado en ello hasta ahora.
Después de haber muerto y de haber regresado, ya no pienso en ser más bueno y mejor persona sino en cómo blindar mi coraza de experiencias. Sé que cuando me llegue la hora volveré a penetrar en aquellas terribles fauces. Y no pienso dejar que me devoren.

miércoles, 28 de febrero de 2007

T. Lobsang Rampa

Lobsang Rampa no era la reencarnación de un lama tibetano ni tampoco estuvo en el Tibet, pero sí era un hábil escritor inglés que, al igual que Benítez, mezcló verdades con fantasías. De todas sus invenciones, sin duda la mayor, y la que le dio más misterio y por ende popularidad, fue la de que su espíritu dejó su maltrecho cuerpo tibetano y tomó el de un inglés, precisamente el de Cyril Henry Hoskins, algo genéticamente imposible, pero que sin embargo muchos creyeron.


La historia conocida

LA INCREIBLE HISTORIA DE LOBSANG RAMPA
El verdadero introductor del budismo tibetano entre el público occidental fue en los años cincuenta este ex-fontanero británico que se reclamaba reencarnación de un lama.
Parece como si defensores y detractores sólo coincidieran en algo: en correr un tupido velo sobre su memoria. 'No pienso que fuera cien por cien auténtico, resume Philip Porter, pero no hay duda de que fue alguien extraordinario'.
Tuesday Lobsang Rampa fue el indiscutible introductor del budismo tibetano ante el gran público de Occidente, un nombre mítico entre los pioneros de la 'invasión' espiritual oriental que hoy vivimos. Supuestamente era un Lama tibetano que se hizo famoso mundialmente en 1956 cuando publicó 'El Tercer Ojo', un libro de extraordinario impacto que no ha dejado de ser reeditado desde entonces. Pero siempre se dudó de su autenticidad y las dudas fueron aumentando hasta su muerte en 1981. Hoy, la mayoría de los entendidos se inclina por reconocer que en realidad se trataba de un antiguo fontanero irlandés llamado Cyril Henry Hoskins que nunca había estado en los Himalayas y cuyo conocimiento del budismo tibetano era más bien escaso.
Sin embargo, no son pocos los que aún defienden su memoria, los que mantienen que 'el doctor Tuesday Lobsang Rampa era un auténtico Lama, nacido a principios de siglo en Tíbet, educado y entrenado en el monasterio-hospital Chakpori de Lhasa y en 1923 transladado a estudiar medicina a la universidad china de Chungking, que conoció a Chiang Kai Shek y que fué torturado por los japoneses como prisionero de guerra en la segunda guerra mundial'.









Entre expertos y aficionados al budismo tibetano y al esoterismo oriental se da por hecho que este lama tibetano ni fue lama ni fue tibetano. El movimiento 'Escéptico' hace hincapié en sus 'indiscutibles' profesión de fontanero y nacionalidad inglesa o irlandesa. La conocida revista dedicada a fenómenos extraños 'Fortean Times' en su num.63 de junio/julio de 1992 publicó un reportaje de Bob Rockard en portada caracterizándolo sin rodeos como un engaño, un 'hoax'. El reportaje fue abundantemente reproducido en España por una revista del género. Pero curiosamente, ni los editores de ''FT' ni la mismísima British Library conservan hoy ni un sólo ejemplar de aquel número.
Pero no todo el mundo lo tiene tan claro. Philip Porter, que lleva diez años investigándolo, deja todas las posibilidades abiertas y recaba información por todo el mundo con el objetivo de poder resolver 'las incógnitas que rodean al extraordinario personaje'.







Quién iba a pensar que las ideas o el mensaje de Tuesday Lobsang Rampa, -adelantado de la importación occidental de la espiritualidad oriental, el más vituperado de todos los popularizadores vituperados- gozan aún hoy de buena salud. Pero todos y cada uno de sus dieciocho libros estaban disponibles en las estanterías de esoterismo del Corte Inglés de la Puerta del Sol de Madrid en 1994, cuando iniciamos esta investigación.
Escritos hasta finales de los años setenta no han dejado de ser reeditados durante los ochenta, y hoy 'El testamento de Lobsang Rampa', una antología de sus obras publicada en 1987, va ya por su cuarta edición.
Hacia finales de 1994 surgió el rumor de que una nueva biografía aportaba datos desconocidos del personaje. Pero no había tal, sólo una mención de pasada en el libro 'El ultimo aventurero del Gran Imperio', la biografía de Francis Younghousband, un británico que conoció en directo el legendario paisaje del Asia Central.





Lobsang Rampa murió en enero de 1981. Algunos incluso lo dudan. Y su muerte coincidió con la de la madre del actual Dalai Lama: algunos ven en ello más que una casualidad. Rampa afirmaba haber conocido al XIII Dalai Lama, pero su sucesor el actual XIV Dalai Lama siempre que ha sido preguntado acerca de Rampa, ha afirmado escuetamente no saber nada de nada de él.
La dirección de contacto que durante años figuró en sus libros (Dr. T. Lobsang Rampa, BM/TLR, London W.C.l, England) probablemente nunca existió, según fuentes del Royal Mail británico. Pero otros afirman que contestaba de puño y letra más de un centenar diario de cartas de sus lectores.


EL TESTAMENTO
La ultima recopilación de sus escritos, 'El testamento de Lobgsan Rampa', comienza con una introducción firmada por San Ra-Ab Rampa (Sarah Rampa) que explica 'reunir en un solo libro los escritos más significativos, la quintaesencia de las enseñanzas de mi llorado marido' y aprovecha para recomendar un libro de ella titulado 'Lumière y sagesse' publiado por Editions Internationales Alain Stanké.
El Testamento termina con unas predicciones de Rampa bastante descaminadas: anuncia que el comunismo invadirá Europa, que USA y Reino Unido se fusionarán, que Brasil, Francia y Rusia se unirán para aplastar Alemania, que América del Norte sufrirá grandes desvastaciones, y que el año dos mil presenciará serias rivalidades entre las ramas rusa y china del comunismo que darán lugar en el año 2004 a una guerra espacial terrible entre ambas potencias. Es probable que todos sus avisos se muestren tan errados como los referentes al comunismo. Pero en todo caso remata anunciando que en el 2008 vendrán del espacio otros humanos de los que nacerá una sola raza fusionada, la 'Bronceada' y una Edad de Oro, una era nueva en la que renacerá la esperanza y las aspiraciones espirituales.


Rampa fue toda su vida muy atacado, preludio de lo que la sociedad bienpensante echaría después encima de sectas y gurus de los años sesenta. También se hizo con no pocos simpatizantes y defensores, pues divulgó yoga, vegetarianismo, hipnosis, y otras creencias hoy populares. Su más polémica afirmación fue la de haber sido sometido a una larga operación de apertura del tercer ojo. En 'Historia de Rampa' contó cómo y por qué vino a Occidente abandonando su cuerpo tibetano y entrando en el cuerpo de ese ciudadano dedicado a la fontanería con cuya personalidad viviría casi cuarenta años.
'Historia de Rampa' fue presentado como 'escrito para poner fin a los equívocos que habán surgido sobre la personalidad de su autor'. Su objetivo es defender 'la posibilidad de que un yo pueda dejar su cuerpo voluntariamente y permitir que otro yo ocupe y reanime el cuerpo vacante', y relatar como Lobsang Rampa vivió ese proceso: en Inglaterra, una persona desea abandonar su cuerpo y él 'viaja hasta allí en el plano astral para, seccionado su Cordón de Plata, poder transmigrar al nuevo y desconocido cuerpo'. Hoy, treinta años después, los viajes astrales se han convertido en rutina para miles de autodidactas, cursillistas, terapeutas y conferenciantes 'nueva era'.
Con su guía, el lama ciego, se remontan 'desde nuestros cuerpos terrenales en la libertad de otro plano', van al Archivo Akhásico a consultar la vida del individuo en cuestión. Rampa resalta: 'El único medio de obtener respuestas a nuestras preguntas es dejar éstas sin respuesta, y recoger conocimientos, deduciendo e infiriendo. Luego, en la plenitud de los tiempos, demostrando que se es puro de corazón, se será apto para el viaje astral y para formas de meditación más esotéricas, estando así también en condiciones de consultar el Archivo Akhásico, que no puede mentir, que no puede responder nada que no corresponda y que no puede dar una opinión o información coloreada por la tendencia personal. El que quiere absorber demasiado, sufre de indigestión mental y retrasa tristemente su evolución y desenvolvimiento personal ¿Cuál es el único medio de progresar? Esperar hasta ver'.
Una selección mínima de su autobiografía literaria 'Historia de Rampa' incluiría los siguientes extractos a modo de vistazo general a su ideario:
'Las gentes de Occidente, salvo una minoría muy pequeña, no tienen capacidad para las cosas espirituales. Todo cuanto desean es guerra, sexo, sadismo y el derecho a inmiscuirse en los asuntos de otros'.
'Detesto la vida en Inglaterra, su injusticia, su favoritismo', opina el personaje, que se muestra de acuerdo en dejar su cuerpo a cambio de escapar de la ley del kharma y ver borrados todos sus pecados.
'Encontrarás mucha oposición y muchas calumnias' le advierten las Altas Personalidades del País de la Luz Dorada. 'No te inquietes por quienes puedan criticarte, pues no saben lo que dicen y están cegados con esa ignorancia que cada cual se impone a sí mismo en Occidente. Cuando la muerte cierre sus ojos y nazcan a la idea Superior, entonces sin duda lamentarán las penas y contrariedades que tan innecesariamente han causado', le dicen en el Palacio de los Recuerdos.
Y termina: 'Ahora la Historia de Rampa' ha quedado concluida. En ella se ha dicho la verdad, como la dije en mis otros dos libros. Hay muchas cosas más que puedo contar al mundo de Occidente, pero muchos se mofan de las cosas que no comprenden: llaman 'tramposo' al que tiene facultades que ellos no poseen y se desatan en un frenesí de vituperios contra quienes osan ser de algún modo 'diferentes'.
Según Rampa, sus maestros o mentores le obligaban a escribir libros, cosa que a él no le gusta, 'sabedor de que existen tan pocas personas con capacidad de percibir la Verdad. Los hombres no pueden encararse con la Verdad desnuda; la prefieren disfrazada con el ropaje de la Parábola'.

UNA FIGURA MISTERIOSA
¿Es esa la explicación de las no pocas simplezas, inexactitudes o invenciones indudables de sus libros? ¿Eran la forma de interesar a un público ignorante que hoy ya no admitiría sus relatos?
Sin duda Rampa dió el primer aldabonzado propagandístico a favor del Tíbet ocupado, pionero -quizá espontáneo- de la muy buena campaña posterior de relaciones públicas con la que el budismo tibetano ha terminado por ganarse a la opinión pública ocidental. Incluso, en su afán de vituperar la China de Mao, llegó al punto de insinuar que los comunistas chinos utilizarían la mayor altura de la Tierra, el monte Everest, para desde allí lanzar cohetes de destrucción al resto del mundo.

UN TERCER OJO MUY, MUY LITERAL
Tuvo gran impacto éste su primer libro. Para los anales ha quedado su descripción en el capítulo séptimo del mismo de la operación quirúrgica por la que le abren un tercer ojo. Nadie, y menos el budismo tibetano, ha respaldado tal versión. En un libro posterior, repite su versión del hecho: 'Siendo yo aún muy joven me hicieron una operación especial que se llamaba 'la apertura del tercer ojo'. Me introdujeron en el centro de la frente una astilla de madera dura, previamente empapada en una solución especial de hierbas, para estimular una glándula que me dotaba de unas facultades extraordinarias de clarividencia...podía ver a la gente con su aura como si estuvieran envueltas en llamas de colores fluctuantes. Por esas auras podía yo adivinar sus pensamientos, sus esperanzas y temores, y sus padecimientos'.
En la cubierta de su segundo libro, 'El médico de Lhasa', aparecido en España en 1964, se cuenta a modo de introducción anónima, cuya autoría debe por tanto atribuirse a la editorial : 'A renglón seguido del fuerte impacto mundial causado por mi 'El tercer ojo' no tardó en correr una noticia que asombró a todos: el hijo de un fontanero inglés reclamaba la paternidad del original. Poco a poco se fue deshaciendo esta tesis tan pronto como la prensa dejó de sostenerla, pero lo que en realidad siguió en pie fue la hipótesis de que su verdadero autor T.Lobsang Rampa, era un auténtico lama huido del Tíbet ante la invasión comunista y que utilizaba un seudónimo para protegerse de los monjes tibetanos que siempre habían guardado estos secretos seculares. Verdad o no, lo cierto es que cuantos admiraron su primera obra, tendrán ocasión de comprobar que en ésta se mantiene y aumenta el interés y la fuerza sugestiva de este excepcional escritor'.
En el prólogo de la edición española dice Rampa: 'Hace unos años se produjo en Inglaterra un ataque contra mi integridad moral. Este ataque fue movido en la Prensa por una reducida pandilla que me tenía una gran envidia...con excesiva frecuencia, la Prensa tiene que tomarla con alguien para aumentar su circulación cuando ésta decae...no es precisamente el medio adecuado para difundir la verdad sino sólo lo sensacionalista...con demasiada frecuencia sirve sólo para alagar las emociones más bajas del hombre. Permítaseme decir, del modo más tajante, que todos mis libros son absolutamente verídicos. Cuanto he escrito, es cierto y recoge mi experiencia personal. Poseo todos esos poderes que digo poseer. Y valdría la pena añadir que también tengo varios poderes más de los que no he hablado'.
'Soy un lama tibetano que llegó al mundo occidental prosiguiendo su destino', repitió una y otra vez Lobsang Rampa mientras escribía sin parar a una media de casi un libro anual.
'La caverna de los antepasados' (1963 en inglés, traducido en 1966), era descrito por él como 'un libro que trata de lo Oculto y de los poderes del hombre'. 'La túnica azafrán' fue traducido en 1971, mientras 'La sabiduría de los antepasados' (1972) es 'un diccionario de las Cosas Ocultas' en el que llama despreciativamente 'malabarismo' al yoga y previene contra el uso del hipnotismo.
Sobre 'El ermitaño' (1974) dijo que 'este libro como todos los míos es Verdad', mientras que 'Tú, para siempre', traducido en 1975, es un curso especializado que venía a completar el diccionario anterior, y en el cual reiteraba: 'Un gran número de personas han visto mis papeles, absolutamente auténticos, probando que sido un alto lama del Potala, en Lhasa, Tíbet, y que poseo el título de doctor en medicina, graduado en China. Aunque la gente haya visto dichos documentos, lo 'pone en olvido' cuando la prensa anda embrollando alrededor del asunto. Leed pues todos mis libros, bien seguros en vuestro fuero interno de que todo lo que se escribe en ellos es verdad, y que lo que pretendo ser es lo que realmente soy. Leed mis libros y lo veréis'.
Un tema muy impactante en la época fue el del aura humana, algo hoy plenamente aceptado entre miles y miles de personas. En 'Crepúsculo' cuenta la historia de un tal doctor Kilner que con rayos X habría establecido la existencia real de aura pero que se vería forzado por sus superiores a abandonar sus investigadores. Rampa por vez primera se atreve a formular la idea hoy tan extendida en las medicinas complementarias de que un examen del aura permite diagnosticar y hasta curar las enfermedades.
En una entrevista de Fernando Sanchez Dragó al Dalai Lama, (publicada en el num. 9 de 'Más Allá' de noviembre 1989) le preguntaba si había leído algo de Lobsang Rampa, y el Dalai contestaba: 'Muy poco. Sé que es un escritor famoso en Europa y America, pero desgraciadamente no tengo tiempo para leer novelas imaginarias'.
Ramiro Calle, de autoridad reconocida en el tema, escribía también en Más Allá (num. 16, junio de 1990, en el suplemento de Conciencia Planetaria (n2) un artículo titulado 'Verdad y mentira sobre el tercer ojo': 'Hace ya casi tres décadas leí -como un gran número de buscadores- la obra titulada El Tercer Ojo, del supuesto lama LR. Una obra que, declarada como relato de ficción, hubiera resultado aceptable, divertida e incluso en alguno de sus pasajes fascinante, pero presentada como real se convertía automáticamente en inadmisible, embaucadora y falaz; realmente un descarado insulto a la genuina instrucción mística tibetana y una malintencionada tergiversación de sus enseñanzas y métodos'.
Lobsang Rampa fue embajador del orientalismo y lo esotérico tras el bache que la segunda guerra mundial produjo en el despertar occidental de finales del siglo pasado. A él se debe la puesta en circulación de ideas, creencias y términos hoy ampliamente usados entre los crecientes círculos 'creyentes' en lo paranormal y lo esotérico. Sus escritos han sufrido enormemente por el paso del tiempo y su figura controvertida permanece olvidada interesadamente. Su obra fue empeorando considerablemente a medida que la prolongaba, y se puede decir que hay muy poco interesante fuera de sus tres primeros libros.
Siempre reconoció su identidad de ciudadano normal y corriente, pero siempre insitió en que junto a su cuerpo inglés, su espíritu era el de un monje tibetano 'transmigrado' a Occidente que tuvo que abandonar su primitivo cuerpo por estar muy dañado por la enfermedad y los malos tratos. En la que sería su última obra, publicada en 1980, se atrevió a pronosticar para 1985 el inicio de la tercera guerra mundial mientras abundaba en mala ciencia ficción. Y recordemos que afirmó muy seriamente que su libro 'Viviendo con un Lama' le había sido dictado telepáticamente por su gata, a la que denominaba Mrs. Fifi Greywhiskers.
Hablaba perfecto inglés con acento de Devonshire. No sabía tibetano como quedó patente cuando uno de sus editores le soltó sin preaviso una frase memorizada en ese idioma sin que Rampa lo notara. Cuando el editor se lo dijo, Rampa sufrió un aparente desmayo y tras él explicó que 'un bloqueo hipnótico' le había impedido momentáneamente entender su propio idioma tibetano. Uno de sus libros menos conocido 'Mi visita a Venus' lo es así porque él mismo se esforzó en retirar la edición del mismo, donde afirmaba que Venus estaba habitado por una raza muy avanzada. Se dice que en una cena previa a la publicación de 'El tercer ojo' con uno de sus editores comió pescado y dijo que no le gustaba el arroz, costumbres culinarias ciertamente extrañas para un lama.
Algunos, sin embargo, se lo tomaron muy en serio: El Instituto Qumram de Jerusalem publicó en 1984 (Altalena Editores, Madrid) un panfleto contra la invasión de sectas y doctrinas orientales titulado 'Los ocultos caminos de Amalec' y destinado a revelar un plan secreto para hundir la civilización judeo-cristiana. En él citan varios párrafos de sus libros para demostrar que Lobsang Rampa era un enviado especial de los tibetanos, una especie de agente secreto, y enemigo declarado de los judíos.
Sus editores nunca mostraron públicamente el diploma de Lobsang de licenciado en medicina por la universidad de Chungking -una de las pocas pruebas a su favor disponibles, en caso de existir-, y su viuda -caso de ser una identidad real- es ilocalizable. Ellos podrían confirmar si es verdad que antes de morir reconoció que sus libros y su identidad tibetana no eran más que ficción.
En fín, todo un personaje este Lobsang Rampa/Cyril Henry Hoskins, al que las tempranas denuncias sobre su identidad no impidieron una exitosa carrera literaria a lo largo de 25 años y 20 títulos muy vendidos. Un personaje cuya memoria se eclipsó casi totalmente a su muerte, y que en los veinticinco años largos transcurridos desde su fallecimiento no ha merecido ninguna biografía, ningún nuevo estudio. Parece como si defensores y detractores sólo coincidieran en algo: en correr un tupido velo sobre el hombre que introdujo el budismo tibetano en Occidente. 'No pienso que fuera cien por cien auténtico, resume Philip Porter, pero no hay duda de que fue alguien extraordinario'.